Goya es un pintor de vida larga y de evolución lenta. Si hubiese muerto en 1791, cuando sufrió una enfermedad sobre la que se ha escrito mucho, le consideraríamos un magnífico pintor para su siglo, pero no el genio que ahora conocemos.
Hay obras muy buenas, anteriores a esa fecha, cartones excelentes que pueden competir con la mejor pintura europea del momento, pero todo el complejo mundo de Goya aún no ha aparecido. No es que aparezca sólo a causa de su enfermedad, sino por la acumulación de acontecimientos muy diversos de naturaleza social, política, cultural, también personal... Después se hablará de ello; ahora sólo señalar que tan importante para explicar su sentido es atender a los posibles motivos biográficos como a nuestra actitud ante estas obras: no sólo las pintó Goya, nosotros las hemos valorado, las hemos aceptado, incluso nos hemos identificado con ellas. Así pues, podría trazarse una gran raya en la evolución de Goya: antes y después de 1791, antes y después de su enfermedad. Sin embargo, como se irá viendo, esta línea divisoria puede ser engañosa. Engañosa en cuanto que invita a pensar en una primera etapa homogénea hasta ese año, lo que no sucede; engañosa también si afirma una ruptura radical, pues algunas de las pinturas que realiza en los años inmediatamente posteriores se mueven en la estela de las que ha hecho poco antes: pinturas como La condesa duquesa de Benavente (1785, Mallorca, Fund. B. March), las que sobre San Francisco de Borja hace para la Catedral de Valencia, o cartones como Las floreras (1786, Madrid, P), La gallina ciega (1788, Madrid, Prado), etc., enlazan directamente con muchas de las posteriores a aquella fecha.
Por todo ello, entre 1746 y 1791 nos parece adecuado distinguir al menos dos períodos. El primero es aquel en el que más propiamente podemos hablar de «Goya antes de Goya». El Goya que aprende, en ocasiones bajo la dirección de su cuñado Francisco Bayeu, el Goya que no tiene todavía reconocimiento público y que espera subir en el escalafón profesional y en el ámbito social. Es el Goya anterior a 1776, cuando realiza sus primeras series de cartones para tapices.
Después su carrera discurre con mayor rapidez. Académico en 1780, contará con el apoyo del Infante don Luis en 1783, recibirá encargos de los duques de Osuna y en 1789 recibirá el nombramiento de pintor de cámara. Si en el primer período ha aprendido, ahora es pintor de encargo, aunque bien especial, pues sabe siempre imprimir su marca personal, apartarse cada vez más de las convenciones y los tópicos, no dejarse Llevar por la rutina de los géneros. Anuncia ya mucho de lo que vendrá después.
El aprendizaje de un pintor en el siglo XVIII estaba sometido a unas pautas y a un ritmo a los que Goya no será ajeno. En 1760 entra en el taller de José Luzán (1710-1785), en Zaragoza, un pintor mediocre que le enseña el oficio, un pintor que se mueve, estilísticamente hablando, en el ámbito del tardobarroco. Después, en 1763 y 1766 participa en el concurso de la Academia de San Fernando, en Madrid, sin obtener mayor reconocimiento.
Son años en los que cambia la fisonomía artística en nuestro país. Estos cambios habían empezado a producirse a principios de siglo, cuando es otra la casa reinante y vienen de Francia e Italia numerosos artistas, pero ahora se intensifican con la llegada a España de los que en aquel momento eran considerados los dos pintores más importantes de Europa: A. R. Mengs (1728-1779) y Giambattista Tiepolo (1696-1770). Si el primero es el representante más riguroso de una posición neoclásica, el segundo puede inscribirse en el marco de un rococó que debe más a la gran pintura italiana que a la francesa. Se trata, por tanto, de dos posiciones diferentes, y en algunos momentos enfrentadas, que permiten reconocer el grado de eclecticismo que dominaba en el gusto cortesano. Y, si cabe pensar que la paleta de Tiepolo -ya sea directamente, ya a través de sus hijos, Giandomenico (1727-1804) y Lorenzo (1736 1778), especialmente aquél- influyó más que la de Mengs en Goya, fue el artista neoclásico el que, con el paso del tiempo, llamaría al aragonés a Madrid (en 1774) para realizar cartones que sirvieran de modelo a los tapices de la Real Fábrica.
Antes de que esto sucediera, Goya desarrolló su carrera a través de lo que también era convencional: el viaje a Italia, la participación en pinturas decorativas, en concursos, etc. Su viaje a Italia coincide con la muerte de Tiepolo (1770) y durante el mismo participa en el concurso de la Academia de Parma con una obra que se ha recuperado y expuesto recientemente: Aníbal vencedor que por primera vez miró a Italia desde los Alpes (1771, Cudillero [Asturias], Fund. Selgas-Fagalde). Junto con los bocetos de otros cuadros pintados por estas fechas, éste revela a un Goya bastante convencional pero no completamente tradicional: su sentido del color, la viveza de la composición, el esfuerzo iconográfico, son todos rasgos que nos ponen ante un pintor ciertamente habilidoso. Para el gusto actual es su sentido cromático la nota más llamativa: utiliza una pincelada amplia, más de lo que era habitual, se inclina por tonalidades que ya empiezan a ser apasteladas, sabe representar las telas con energía y sencillez, huye de la minuciosidad en el detalle y prefiere apoyarse en la luz.
Estos rasgos, todavía débiles, podían atribuirse a su juventud y achacarse a su inexperiencia, pero, como demostrará su evolución posterior, eran indicio de un pintor diferente, o al menos de un pintor que podía ser diferente. Trabaja en el Coreto del Pilar (1771) y poco después (1774) realiza once pinturas al óleo sobre yeso para la Cartuja de Aula Dei, cerca de Zaragoza. Mientras tanto se ha casado con Josefa Bayeu y ha emparentado así con una familia de pintores en la que el hermano mayor, Francisco (1734-1795), ocupa una posición destacada. Juntamente con Ramón Bayeu (1746-1793) recibe la protección de Francisco, incluso pinta bajo su dirección, aunque en algunos momentos se enfrenta a sus planteamientos y juicios.
Las pinturas para el Aula Dei son el trabajo más importante de todos estos años. Siete son las que se conservan, algunas en mal estado y con restauración deficiente. Se trata de pinturas monumentales en las que narra la vida de la Virgen, entre las que destaca La Visitación. El procedimiento seguido por el artista aragonés para destacar la monumentalidad de las figuras es elemental pero efectivo: vistas desde abajo, ha situado las figuras, y la escena toda, sobre una especie de escalinata que acentúa su verticalidad y masividad. La simplicidad de los motivos arquitectónicos que hacen de fondo y su tratamiento perspectivo contribuyen a lograr esa monumentalidad. Con todo, no deja de ser una obra limitada y en un ámbito provinciano. Los cambios más efectivos se producen cuando marcha a Madrid con objeto de hacer cartones para tapices. A partir de 1774 su carrera parece discurrir ya por caminos diferentes y socialmente más fecundos. Goya era muy consciente de esta situación y así lo hace ver en las cartas que de él se conservan: pretendía Ilegar a ser un artista con una posición social destacada y anota todos y cada uno de sus éxitos, las atenciones que hacia su persona tienen algunos miembros de la corte, las expectativas que, a la luz de los progresos, cabe tener, etcétera.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario